CIUDAD DE MEXICO... MAGICA Y MUSICAL

Estos días en que he salido a la ciudad solo y en silencio, la ciudad te comienza a hablar de a poco con sus imágenes. Ya poco le queda de los cafés sesenteros de insurgentes o la zona rosa, poco de aquél Coyoacán de Frida, Diego y Trosky con sus pulquerías en las esquinas, quizá Xochimilco es el único rincón que se niega a ser devorado por la urbanidad gris y a veces insaciable.

Pero esta ciudad también se ha convertido en algo curioso y peculiar, depende de cómo la vivas será la percepción. Algo inegable es el inmenso escenario sonoro en que se ha convertido. De vuelta ahora de las ciudades y rincones europeos, se hace más patente este pequeño detalle de la gran capital de los palacios. En una cena en el "ecuatoriano" barrio de Sagrada Familia de la ciudad condal, Clara explicaba a los presentes como en México las calles están llenas de música... "allá la vida siempre tiene una música de fondo"... y es cierto.

Ella hablaba de Monterrey en particular, pero creo que el adjetivo de ciudad musical también es aplicable a esta jungla de concreto, los comercios, las calles, peceros, puestos, metro y demás están llenos de sonido. Sonidos particulares que van desde el pasito duranguense de Capaz de la Sierra en el puesto de carne de don Tomás, hasta las repetidas ofertas de los exitos musicales de Universal Stereo o Rocio Durcal en el metro.

Las canciones se confunden y mezclan con las mentadas de madre en Insurgentes o Viaducto, con el claxon, los voceadores, la madre que llama a gritos al chamaco que ya se salió a jugar con su pelotita, las fábricas, escuelas e incluso iglesias. Si algo es común en esta ciudad es estar llena de un sonido particular barulloso y rico. A difernecia de las silenciosas calles europeas, aquí se respiran decibeles en mayor o menor grado las 24 horas al día. Pocos de nosotros nos ponemos a pensar en ello, más aun cuando estamos inmersos en ese soundtrack y participamos de él. En mi último trabajo resistí bastantes días entre los altavoces de un plantón y las canciones de Calamaro que sonaban en mi computadora, ahora escribo entre el sonido lejano de una fiesta en una preparatoria cercana, los balonazos que mis vecinos infantes le atoran a la puerta de mi casa y la música del radio. Me gusta vivir en una ciudad así, una ciudad viva.