BLACK AND GOLD
Hace mucho tiempo que visité New Orleans por primera vez, tenía ocho años y una perspectiva de cómo es el mundo muy chiquitita. Me acuerdo de cosas cotorras pero vagas, una caja de donas, una tarde pescando, el Toys R' Us y muy amablemente de mi sudadera de los Santos.
Sí me considero aficionado a los Santos de Niurlins desde hace veinte años, me gustaba su uniforme, su logotipo, que celebraran con jazz, y claro está, el vínculo familiar de los Zavalza con la ciudad. Así pasé muchos años, siendo el niño freaky que le iba a un equipo perdedor por excelencia y sin titulares de por medio. Mis amigos ni siquiera se burlaban de mí, irle a los Santos ni siquiera era motivo de burla, sino que era un motivo de extrañeza, sin embargo nunca cambié de equipo porque de eso no se cambia es como la familia... te toca.
Domingo a domingo buscaba los partidos en la televisión sin éxito, ya que los cuatro aficionados del oro y negro no nos comparabamos con los numerosos Vaqueros, Delfines, Acereros y demás.
Muchos años esperando y después Katrina, se llevó a mi familia de la ciudad y un poco más; le quitó su música por la ciudad, sus buñués, sus máscaras y cuentas por el cuello, además amenazó con quitarle a sus Santos y su Superdomo.
Pero la ciudad se levantó y el domingo pasado me regaló una alegría muy especial. De negro y oro se vistió mi novia, me animó y los disfrutó, celebramos junto a mi familia (los otros seguidores de los Santos que conozco) que la ciudad del barrio francés de nuevo lleva jazz por la calle y ahora canta Who DAT y sí, los Santos van marchando y yo quiero estar ahí... porque esta vez son campeones.
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