UNA SEMANA ANTES

Falta menos de una semana para convertirme en el esposo de alguien, a veces pasa el tiempo y no puedo dimensionar todo lo que significa eso, sólo sé que cuando lo pienso el estómago se me pone frío y la piel se eriza.

Hoy por primera vez desde que decidimos casarnos, me sentí nervioso, quizá por la inminencia del día que se aproxima implacable, quizá porque lo pensé en medio de una junta, quizá porque el paso de los días se me ha venido demasiado rápido. Pero después mientras fumaba un cigarro me acordé de todo lo que me llevó a pedirte que te casaras conmigo. ¿Te acuerdas de todo?, de las cenas en la casa pequeñita, de las películas, de cómo íbamos a comprar fruta, de tus aventones a casa, de tu carta de cumpleaños, de cómo esperábamos el camión mientras la nieve nos congelaba, de ese concierto donde no me atreví a hacer nada, de nuestro paseo al Zócalo, de la mudanza al nuevo departamento, de nuestro viaje a Querétaro y nuestras risas que se perdían por la carretera, de los príncipes de Asturias, de los mangos de Tlaquepaque y nuestras playeras de las Chivas, de esa noche que te di la mano, de esa cena con mis amigos que no hice nada, de esa cena con mis amigos en la que bebí demás, de lo que se siente ir juntos en un avión, de la cena en la que te llamaron señora Zavalza, del día en que te regalé el libro rojo... de como se siente caminar juntos.

Yo sí me acuerdo, y me acordé, entonces entendí porque siento frío el estómago, porque lo mismo sentí el día que te subiste a un avión rumbo a Guate, cuando te encontré en el elevador de Chicago, cuando te di tu anillo y seguramente, cuando sepamos que seremos padres, siempre será una buena señal.