Lo siento, estoy triste porque nunca me ha gustado despedirme, porque te quiero y se que aunque pase el impacto el dolor se quedará, porque no me salen las palabras y tampoco lo hacen las lágrimas. Porque cuando finalmente me despedí no lo pude evitar y lloré; porque en ese momento me acordé de tu frase "nada de cursilerias por favor", porque en el coche estaba tu gorra y tus parches.
Arreglamos el mundo fuera de una puerta, la ebriedad no nos permitió darnos cuenta de que estaba abierta, pero compusimos la vida desde los altos. Me recordaste alguna vez que todos nosotros teníamos un futuro grande, de marquesinas y titulares, concluimos que se nos recordaría como referencias al pasado.
Le gritamos traidor a Mendieta y celebramos los goles, bebimos por la calle, cantamos y la música nos acompañó. La raza te reservó el último campeonato, la estrella mítica que asegurabas que llegaría después de diez años. Un tipo grande, de frases correctas.
Siempre me gustó caminar por la calle juntos, cuando íbamos todos pisando los adoquines con las cosas por delante, el destino, las curiosidades y la casualidad nos topó con un té en la mano mientras ustedes se hacian parte de un sueño. Repetimos el camino en el sureste, en la ciudad y con la lluvia; la última vez pisamos el Zócalo, y me quedé maravillado por estar ahí, tan noche, tan iluminado y tan agradecido por estar así, caminando juntos. Ahora sé que me faltarán tus pasos, voltear y ver tu bufanda soviet, verte reir y cantar por la calle.
Te comparto un cigarro, un beso de pulquería, una bufanda, un abrigo, un abrazo y una canción... tu sabes cual. Te comparto la ciudad condal, tot el camp, las cordilleras, un tango que suena por Corrientes, la casa de Neruda con su librito rojo y las montañas de los altos invadidas por nubes como dijo Emiliano.
Te regalo carnalito... mi cariño, que ahora es lo que me queda.
Te quiero mucho Huguito