EL PARTIDO MÁS LINDO
Copa del Rey, la segundona que no conlleva mucho glamour, ni está cobijada con un himno de ópera como la Champions, reservada sólo para los grandes del mejor fútbol del mundo.
El encanto de la Copa del Rey es local sin lugar a dudas, un torneo donde el Gramanet puede llegar a la final contra clásicos como el Madrid o el Sevilla tiene un ingrediente especial. David y Goliat en su versión de 90 minutos sobre el césped.
Este año a diferencia de los más recientes, la final recibió a dos de sus exponentes más añejos, y sin duda a los que le han puesto más sabor a esta copa. El Athletic Club y el Barça con el viejo Mestalla valenciano pusieron el marco para una gran fiesta.
Las celebraciones previas anunciaban un encuentro distinto a los demás, el paso perfecto de un Barcelona imponente que emula y quizá supera al Dream Team de Cruyff y el regreso a una final del Atheltic después de una impresionante remontada frente al Sevilla que le daba ilusión a toda una ciudad, y porque no decirlo, a todo un país (el Vasco).
Durante todo el día las aficiones convocadas en Mestalla se abrazaban por las calles al grito de ¡Visca Euskadi i Gora Catalunya! Ellos vinieron a festejar y dejar que el fútbol se disfrutara como debe de ser. Dentro del estadio el marco no podía ser más especial, una cabecera vestida de rojiblanco no sólo gritaba, sino rugía el orgullo vasco como los leones que son. El Athletic, con un equipo que tiene que estar orgulloso por tener esa afición y una afición que debe de sentirse orgullosa por tener el equipo que tiene.
Del otro lado la afición culé acostumbrada a los títulos y las marquesinas, entonan el Cant del Barça con el orgullo y desplante que hace del carácter catalán único. Resonando aquello que reza que “Tot el camp es un clam…” por el campo de la ciudad del Turia, se ve como se animan los de Canaletes mientras veían como once jugadores hacen que el fútbol se convierta en arte de vectores sobre el campo.
Fue un partido emocionante, movido, bien jugado y sentimental. Al final la copa va para las marquesinas del más fuerte, la plaza de Catalunya explota y el estadio se rinde al Atheltic, por el sólo mérito de hacer que once de casa le paren frente al mejor equipo del mundo.
Quizá la esta copa no brinda glamour o se convierta en estadística más, pero por mucho tiempo lo voy a recordar, como uno de los partidos más lindos que he visto.
Sona ara: Sunny – Bobby Hebb
El encanto de la Copa del Rey es local sin lugar a dudas, un torneo donde el Gramanet puede llegar a la final contra clásicos como el Madrid o el Sevilla tiene un ingrediente especial. David y Goliat en su versión de 90 minutos sobre el césped.
Este año a diferencia de los más recientes, la final recibió a dos de sus exponentes más añejos, y sin duda a los que le han puesto más sabor a esta copa. El Athletic Club y el Barça con el viejo Mestalla valenciano pusieron el marco para una gran fiesta.
Las celebraciones previas anunciaban un encuentro distinto a los demás, el paso perfecto de un Barcelona imponente que emula y quizá supera al Dream Team de Cruyff y el regreso a una final del Atheltic después de una impresionante remontada frente al Sevilla que le daba ilusión a toda una ciudad, y porque no decirlo, a todo un país (el Vasco).
Durante todo el día las aficiones convocadas en Mestalla se abrazaban por las calles al grito de ¡Visca Euskadi i Gora Catalunya! Ellos vinieron a festejar y dejar que el fútbol se disfrutara como debe de ser. Dentro del estadio el marco no podía ser más especial, una cabecera vestida de rojiblanco no sólo gritaba, sino rugía el orgullo vasco como los leones que son. El Athletic, con un equipo que tiene que estar orgulloso por tener esa afición y una afición que debe de sentirse orgullosa por tener el equipo que tiene.
Del otro lado la afición culé acostumbrada a los títulos y las marquesinas, entonan el Cant del Barça con el orgullo y desplante que hace del carácter catalán único. Resonando aquello que reza que “Tot el camp es un clam…” por el campo de la ciudad del Turia, se ve como se animan los de Canaletes mientras veían como once jugadores hacen que el fútbol se convierta en arte de vectores sobre el campo.
Fue un partido emocionante, movido, bien jugado y sentimental. Al final la copa va para las marquesinas del más fuerte, la plaza de Catalunya explota y el estadio se rinde al Atheltic, por el sólo mérito de hacer que once de casa le paren frente al mejor equipo del mundo.
Quizá la esta copa no brinda glamour o se convierta en estadística más, pero por mucho tiempo lo voy a recordar, como uno de los partidos más lindos que he visto.
Sona ara: Sunny – Bobby Hebb
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