ANDAR POR LA CIUDAD
Yo quería ser periodista, no sé en que momento me nació la diea, ni siquiera fue una clase o un momento; quizá fue sólo la inercia de tratar de contar lo que pasaba a mi alrrededor. Ser ojos de alguién más, y claro, el ego de verte publicado. Ver las cosas con mis ojos para poder contarlas, a eso se reducía esa idea, el testigo que puede contar la historia.
No sé, ahora que lo pienso, puede ser que siempre me ha perseguido un delirio de grandeza, más ligado al ego que a la función. Y a pesar de que no lo soy, y de no recordar el momento en que se me metió a la cabeza la idea, sí sé cuando comencé a hacerla tangible desde una realidad. La idea era poder escribir cosas indescriptibles, no por su belleza o asombro, sino por la particularidad de vivir algo y poderlo poner en textos.
Todas las tardes regresaba de la universidad a casa, tomaba la mochila, prendía un cigarrillo y Travis sonaba en mi ahora viejo CD Player. Me gustaba la sensación de esperar por el tren, algo que aquí en mi ciudad era completamente desconocido. Esa sensación pasaba por todos los cliches de vivir en un lugar viejo, las estaciones de tren con su pequeña cafetería, mi cigarro y un paraguas eran escenarios perfectos, Travis sólo se encargaba de ponerle música correcta al momento.
El recorrido era tranquilo, siempre me sentaba en la misma butaca, siempre con las mismas canciones y los mismos rostros conocidos por la costumbre, pero huerfanos de nombre. Una de las cosas más agradables de estudiar a las afueras de la ciudad, era que el recorrido pasaba por los bosques y los pueblos, con su vida tan privada y distinta a una realidad de la que me sabía ajeno.
En esta, mi ciudad gigante y particular, los recorridos también precisaban letras para describirlos. El anonimato de las multitudes enfrascadas en peceros o vagones me fascina. La capacidad de las personas para convivir en el anonimato, con trayectos personales siempre atados a un destino que los demás desconocemos. Mi vida siempre se ha acompañado de trayectos largos, con transbordos complicados y tarifas económicas. Cuando por primera vez se me pidió regresar a casa por mi cuenta, fue emocionante; esa independencia de apropiarme de la ciudad y de ser un anónimo peatón me daba algo, lo mismo que sentía cuando tenía que hablar con la chica que me gustaba.
Y quizá fue eso, ese primer trayecto de Mixcoac a Coapa, con paradas en el metro Ermita. Acomodado en el primer asiento del pecero, con las llaves en la mano y mi mochila atrincherada entre las piernas. El achichincle del condutor tomó (robó) tres refrescos Boing de un camión repartidor estacionado en Tlalpan. Salomónicamente los repartió, uno para el conductor, uno para él y el último, de toronja, para mí. Sonreí apenado, lo acepté y lo bebí; ni siquiera recuerdo que hice con la botella, lo más seguro es que llegué a casa con ella, pero bastó el primer trago para perderle el miedo.
Se me quedaron las ganas de poderlo explicar, de poder escribir y describir esa sensación tan particular de andar por la ciudad y quizá ahí nació esa idea de ser periodista. La idea de contar la vida de las ciudades mientras se pasa por ellas.
Sona ara: Me quedo contigo - Los Chunguitos
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